Nunca imaginé que ese idílico paraje estuviera tan cerca al centro del pueblo, son como ocho cuadras no más; ni que el lago del que me hablaron tuviera la gracia, el encanto y la pasión del amor que lo nombra.
Qué hermosura de sitio: una laguna no muy honda, con senderos alrededor del lago y como ochenta palmas de moriche que se elevan desde el agua. El espectáculo a todas horas es sorprendente. Un lugar de ensueño, apacible y hermoso. Tomé fotos para el recuerdo con los fustes de las palmas y sus elegantes hojas reproducidas en el espejo de agua.
Este lago se parece al de El Tinije en Maní (Casanare), con la ventaja que para llegar hasta acá, no hay que hacer la travesía tan complicada del Tinije.
Caminé hasta la casa de la finca más cercana donde el joven mayordomo trajo silla de brazos y dos tintos. Conversamos un buen rato mientras escuchábamos la algarabía de los loros y contemplábamos las ‘Pavas Hediondas’: aves grandes de plumas sueltas y vistosas en su cabeza.